Bienvenido a Depeche Mode Mexico - un sitio de fans para fans.

¡Visita la nueva versión de nuestro sitio aquí!

dmparis-dmmexico-dmcommx

A Strange (Familiar) Hour
depechemode.com.mx - Colaboradores
Escrito por Aarón Hernández Farfán   
Martes, 18 de Mayo de 2010 08:10

UNA EXTRAÑA, FAMILIAR, HORA

Fotos: Robas

shFue hacia las 8:15 pm cuando se dio acceso al lobby de El Lunario a los fans que desde varias horas antes se encontraban haciendo fila afuera del recinto. En la recepción, una mesa extra colocada exhibía camisetas y copias de Selected. Después de 10 minutos se dio la entrada definitiva al lugar.
Muchos de los fans corrieron a ocupar la primera fila, donde una valla metálica los separaba del escenario, sobre el que ya estaban dispuestas dos computadoras Mac, una negra y una plateada, así como un sintetizador KORG MS20, todo un clásico .

Por un momento parecía difícil ver lleno el lugar: cerca de las 8:45 p.m. aún no se observaba llena una cuarta parte del local. Los asistentes, sin duda alguna, eran auténticos fans.
Hacia las 9:15 ya la mitad del local se veía ocupada y el dj Dann Kalter intentaba animar a la concurrencia, todavía más inquieta por acomodarse, comprar una cerveza o saludar amigos que por la música, en su mayor parte, selección de los 80. Talking heads, Human League, Visage, y una versión sin voces de Lie to me, comenzaron a calentar el ambiente junto con el calor bochornoso de la noche húmeda.
Pasadas las 10 de la noche, un dueto de Dj’s bastante desafortunados sustituyeron al primero, más aceptable. El local ya estaba casi lleno.
Junto con los amigos y fans llegaban otros rostros conocidos: los miembros de Moenia (incluido aquel que luego se volviera Morbo), entraron a convivir. En una charla con ellos supimos que el sintetizador pertenecía a Jorge Soto, quien lo había prestado para tan honrosa ocasión, y sí, el aparato exhibe en plateado las firmas de agradecimiento de Wilder y Kendall, quien además expresó su admiración al ver que el mismo funciona sin problemas al paso de los años.
Una serie de abucheos exigía la salida de la infortunada, pretenciosa y poco agraciada pareja de dj’s, que tuvieron que ser reforzados por el primero, Dann, que salvó su presentación con un remix de Higher love. Minutos después abandonan el escenario. Un auxiliar acomoda una tercer computadora sobre la mesa, el momento esperado está cerca…
A las 11:15 el Lunario, con una capacidad aproximada de 1000 personas, está a reventar, con las luces sobre el escenario apagadas y en espera de la salida de Recoil.
Una figura delgada aparece entre penumbras, saluda brevemente y se acomoda detrás de la mesa y las computadoras, a un costado de la pantalla. Tras realizar unas primeras maniobras con el equipo, Paul Kendall, el cómplice y acompañante en las jornadas de Recoil, verifica que las imágenes se proyecten sobre la pantalla, iniciando también una atmósfera auditiva que como niebla se instala entre los asistentes. De ella emerge, botella de cerveza en mano, la figura más esperada de la noche: Alan Wilder saluda a la audiencia con la mano, levanta la botella, recorre el escenario y se ubica detrás de su posición.
 
ewe
   La neblina auditiva se materializa a la par en imágenes: aviones que pierden el control, entre nubes de gasolina que hacen vibrar el líquido sanguíneo que corre al unísono entre las venas de los asistentes generando una desviación sensorial. La palabra Recoil anuncia el comienzo del viaje del que ya, habiendo sido escuchadas nuestras oraciones , somos presas.
    La voz de Joe Richardson da vida igualmente al título Prey… Wilder se entrega con Kendall a la manipulación sonora y nos sorprende con cada movimiento de sus manos que definen con precisión cristalina cada sonido en la sala, como sólo él podía lograrlo.
    El collage auditivo transforma a los cómplices creadores de esa extraña cápsula de una hora en una suerte de Manet y Monet sonoros, que van dejando sus trazos auditivos, sus impresiones y huellas con cada instante que transcurre.

 

 

der

 

    La audiencia se entrega intermitentemente a las imágenes en la pantalla y a un Wilder que, al escuchar el vibrante coro unificado “…you better pray, boy, pray… ‘cause you’re prey, boy, prey…” eriza sus manos, sus brazos hasta dibujar una sonrisa brillante entregada a su público.
    Ya había anunciado antes, en video, que esperaba que la audiencia mexicana superara las expectativas de lo experimentado las extrañas horas en Rusia; ante el reto, el recinto abarrotado sin duda superó las expectativas así como los decibeles.
    Los tonos rojizos de las imágenes en pantalla muestran imágenes bellamente grotescas, que permiten el libre tránsito de los acordes en los que se instala la voz de Nicole Blackman que insistente repite “And I want…” Wilder parece extender la energía entre sus dedos al entregarnos los sonidos de cuerdas que caracterizan su sonido.
    El collage de imágenes, trazos auditivos, y pinceladas sonoras acrecienta el pulso de los asistentes, y van dando forma al cuadro:  Drifting, Allelujah, Black box… los colores profundizan los matices, la mitad del rostro de Wilder agiganta su mirada en la pantalla que se baña,  su tinta vibrante ya baña los sentidos de las cerca de mil (quizá 1002) almas que se entregan a la extrañeza de un esperado encuentro.
    Wilder exuda felicidad mientras juega con las perillas del Korg sin perder de vista las reacciones de los asistentes. Sólo se detiene a tomar aliento líquido de la botella que, sabor México, lo acompaña.
    El momento climático se aproxima: las notas de un bajeo electrónico despiden el aroma histórico: recuerdos al ritmo de Aggro mix, erizando las pieles y demostrándonos que con Wilder no nos sentiremos decepcionados jamás… Sin dudarlo, el Lunario es testigo de un campo de trigo humano devoto, rendido al sagrado himno ejecutado por la dupla. A una indicación de Wilder, el movimiento de brazos se reactiva con toda su fuerza.
    Un homenaje sutil al alma paterna, Daniel Miller, deja escuchar los vocablos Warm Leatherette durante algunos segundos, un puente de agradecimiento como entremés de la humildad del jefe que sigue el juego de las perillas en el sintetizador.
    La princesa fenicia se pasea entre aclamaciones, enaltecida por las voces del The Golden Gate Jubilee Quartet, y su fuerza seductora se esconde tras los pasos del acosador; Doug McCarthy ruge esa nada que no es sin él, y Wilder acelera el pulso al escuchar a la audiencia, bebe nuevamente, sonríe ante la familiaridad de la extraña hora que ya casi transcurre.
    La fe se cura entre los cuadrángulos que brincan en pantalla, Wilder y Kendall, bañados en sudor, bañados en vapor de aclamaciones, aún guardan energía para algunas notas más.
    La hora extraña se corona en la textura férrea, finamente oxidada que nos lleva a un extraño cielo atómico entre las cuerdas vocales de Diamanda Galás, para posteriormente tomar un callejón, la desviación hacia el final… el público suda los colores sonoros, vibra ante la imagen resultante, los pinceles han entregado todas las fibras y los impresionistas, también impresionados, agradecen la noche, entre vítores continuos: salen nuevamente a sentir la marea del polvo tóxico generado, entregados al placer para finalmente desaparecer…
    La noche, empero, aun no termina. La puerta de emergencia se tranforma en antesala de un paraíso en que habita Incubus. Una fila traspasa el umbral y es ubicada en un camerino.
    Fans nerviosos, extasiados, con ejemplares de todo tipo y tiempo entre sus manos, esperan el encuentro cercano. Uno de ellos sorprende al contar con una colección completan de LP’s, que suman desde el 1 + 2 y toda clase de métodos, líneas de sangre y otros líquidos para demostrarnos que por un instante dejaremos de ser subhumanos para estar más cerca del mago.
    Un par de elementos no reconocidos, rastros de escombro adheridos a la caja negra, Judases que intentan alterar el ambiente con “bromas” fuera de lugar rápidamente opacadas entre las sonrisas de un amor elevado entre devotos. Las firmas, los flashes y comentarios se suceden sin detenerse. Wilder sonríe, amable, agradecido, feliz mientras los presentes intentan controlar el aliento.
    
Aarón Hernández Farfán
Interferencia
 
Comentarios (1)
1 Miércoles, 19 de Mayo de 2010 08:56
Ana Soto
Excelente reseña!